La muerte está ahí para todos, no tiene prisa.
Nos observa tras el filo de la navaja,
escondida en el cañón de un arma vieja,
camina detrás de ti cuando bajas las escaleras,
te lleva de la mano cuando cruzas la calle.
Su cara se distingue en el óxido de un clavo abandonado,
en la piel que la serpiente no ha dejado.
La muerte es el botón que olvidaste presionar,
es la mancha de aceite en el piso que nadie quiso limpiar,
es el segundo en que volteaste a ver la hora en tu celular.
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